De la nada surgió el todo. Y éste, se hizo en partes por pensamientos y manos verdugos.
La furia inquietante del ser alado se alimentaba de la no aceptación del estado. Y él voló más alto. Y cuanto más alto, más lejos veía. Pero, más lejos también se encontraba de su fin.
El rastro se mantenía y muchos lo seguían. Y se perdían. Se perdían, pues ese mismo rastro se deshacía por el fantasma del tiempo y de la acción humana.
En este tiempo, pasaba sobre el aire la desconfianza y la ignorancia, qué hierros amordazadores, qué cuerdas que sostenían los pies junto a las rocas a la orilla del mar.
Y en la tempestad que sobrevino, mucho se destruyó, pero mucho se hizo nacer también. La muerte y la vida andaban lado a lado, siendo ésta última, resultado de la primera.
El cielo se abrió. El Espíritu estalló. Y el agua pasó a fluir en su lecho natural.
Tantos temían por ese día, hasta que el eclipse sobrevino. Pero el cielo no se oscureció. Y, mirando al cielo, se volvieron admirados. Sorprendidos con la luz que en ellos habitaba y que tanto se escondía.
Un gran ruido se percibió. Y el sonido rompió el miedo y el estancamiento de aquellos que por ese día depositaban sus esperanzas. Fuertes expectativas de lo nuevo.
Cada uno tomó su herramienta y ésta se convirtió en arma poderosa en la blanca y pacífica guerra que se libró. Guerra interior. Batalla exterior. Donde no hay vencidos, pues los mismos no son derrotados. Se convierten a una nueva forma de pensar.
El fruto de la tierra pasó entonces a traer fuerte regocijo. Porque todo el resultado se ha visto. Y avanzó. Aunque caminó lentamente, allá arriba se encontró. Y en el encuentro, mucha fuerza se notó.
Nada más era igual. No es. No lo será. Porque la virtud que viene de lo alto, invadió e invade los corazones. Dulces almas que atienden la invitación. Lindos espíritus que responden al llamado.
Y, cuando todos los calentados estaban, el hielo descendió. Hacer blancos los paisajes, pero sin afectar la visión. Pues, preparados estaban para nuevos desbravamientos. Sin ilusión.
Y el ser alado siguió su destino.
¡Que el CREADOR sea contigo y en ti, hoy y en todos tus días!
Yedidyah